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Destrucción masiva de nuestro patrimonio. Causas y soluciones

By: arquitecto segovia | 21 Abr 2018

Entrada cuarta de la serie que trata las prácticas en rehabilitación patrimonial que devienen en la ruina del mismo.

El artículo se redactó en abril de 2017 como parte del Plan Director para la Restauración del Monasterio Premonstratense de Santa Sofía en Toro, Zamora. Se trae aquí una versión adaptada del mismo.

“Destrucción masiva de nuestro patrimonio. Causas y soluciones.

Una parte importante del patrimonio arquitectónico de nuestro país se encuentra afectado por el mal del cemento.

Éste mal está acabando con nuestro patrimonio, y es tan sibilino su avance que:
• a diario lo tenemos en nuestro campo visual,
• se encuentra en muchas de nuestras casas,
• ni siquiera lo reconocemos como problema.

Vemos solo cosas que se caen “porque son viejas”, pero no vemos que nos hablan del pasado, que han aguantado siglos de pie y que solo se caen cuando intervenimos en ellos. Nos perdemos en todo caso toda una concepción de la vida, más libre y autónoma, que se cae con los edificios.

Sucede que es también mucho más barato intervenir si se atiende a lo que aquí se analiza y que de ello depende la integridad y la permanencia de nuestro patrimonio en el futuro. Siempre es mucho más sano y económico rehabilitar atendiendo a estos parámetros pues solo el conocimiento de un mal es la base de su subsanación.

El problema se reduce, en su dimensión estrictamente constructiva, a ciertas propiedades de los morteros de cal y de cemento:
• El mortero de cal es impermeable a la humedad y a la vez transpirable. Por ello es un material que tiende naturalmente por sí mismo a solucionar los problemas de humedades de los edificios y con ellos los problemas de xilófagos, hongos, etc que acompañan a las humedades. Es un material que mantiene una relación excelente y sana desde el mismo suelo sin necesidad de plásticos o impermeabilizantes. Pensemos en la construcción tradicional, en cómo arrancaban los muros desde el suelo, en la existencia de bodegas y en las estancias que se apoyan en el mismo suelo. Esa es la construcción que nos ha permitido vivir hasta el siglo XX.
• El mortero de cemento en cambio ni transpira ni es tan impermeable y las humedades en la construcción de cemento se afrontan no mediante esta característica pues carece de ella, sino mediante la impermeabilización plástica y el alejamiento del suelo (mediante sótanos, forjados sanitarios, complejas instalaciones de ventilación, ventanas oscilobatientes, etc). Esta forma de construir, que en parte nos ha enriquecido, también nos ha ayudado a quizá no poder llegar al s. XXII.

Describimos muy someramente dos formas de actuar, dos formas de ver el mundo cada una valiosa en su medida, dos caminos que llevan a una infinidad de posibilidades cada uno de ellos, dos formas de construir que, como dos personas o idiomas diferentes, se relacionan de diversos modos:
1 Ambas visiones pueden no relacionarse, puede “cada uno” hablar en su idioma y respetarse distancias de no agresión
2 Pueden ambas visiones interrelacionarse de un modo respetuoso, de modo que entre sí nunca puedan hacerse daño
3 Por último pueden relacionarse sin conocimiento, reflexión, cuidado o respeto. Es este terriblemente el caso más común en el patrimonio español. A continuación se describe el proceso que genera el daño sobre el patrimonio.

Por desgracia es absolutamente común localizar humedades y manchas blancas de sales en muros de construcción tradicional. Vivo en Segovia, en el casco amurallado, y es muy excepcional encontrarse con edificaciones tradicionales realizadas en base a cal que no se encuentren afectadas por este mal en mayor o menor medida. De hecho hablando de memoria no recuerdo ni una sola excepción, ni un solo edificio que se encuentre libre al 100% de este problema.

La cal, impermeable y transpirable, permite que los muros en condiciones normales (aquellas derivadas de la vida sana de un edificio… lluvia, nieve, viento, sol) se sequen al aire sin presentar humedades, hongos, sin llamar a xilófagos, etc. Del mismo modo el terreno, que también se humedece y se encharca con la lluvia, que se seca con el sol… transpiraba cuando no se aplicaban cementos en las calles hasta las bases de los edificios “viejos”.

Con la llegada del cemento a principios del sXX, y sobre todo a partir de la posguerra, el patrimonio se “rehabilita”, se enfosca, mediante cementos y las calles tradicionales se recubren también con cemento. Ambas acciones chocan frontalmente con el modo en que las construcciones tradicionales se comportan y concluyen en desastre. Pues sucede que:
– Los cementos, al impedir la transpiración del terreno y de los muros, provocan que la humedad del terreno suba a través del muro tradicional por capilaridad y lo recorra buscando evaporarse. Con lo que tenemos humedades y edificaciones insalubres.
– El agua lleva consigo sales del terreno, sales que el cemento aporta, sales que al evaporarse el agua que las transportaba, se depositan en el muro en formaciones y cristalizaciones blancas o brillantes, machacando los morteros de cal, machacando los sillares y ladrillos del muro y pulverizando todo ello.
– Ante las humedades, las manchas y el mal aspecto de los edificios se suele intervenir aplicando más cemento y por lo tanto destruyendo más y más profundamente las construcciones tradicionales.

El proceso es lento a nuestros ojos, demasiado como para sorprenderse cuando vivimos tan febrilmente, pero es inapelable con el patrimonio. Pues la pulverización de los muros (de sus morteros, de sus sillares, de sus ladrillos) deviene irremisiblemente en la pérdida de sección resistente de los mismos como vemos en el Torreón del Monasterio de Santa Sofía en Toro (Zamora), en costosas y penosas intervenciones con cementos que no hacen sino profundizar en los problemas, en el colapso de las estructuras llegado el caso (como vemos en el Patio de la Cisterna del mismo Monasterio), y en la destrucción de nuestro pasado, no por alguna necesidad o ventaja… más bien al contrario y en base a la simple y pura ignorancia.”

José Antonio Santos Pérez