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La estructura humana más fundamental

By: arquitecto segovia | 7 Ago 2021

Hoy, como ya tenemos por costumbre en este blog, hablaremos de cuestiones de vital importancia que son sistemáticamente incomprendidas, despreciadas y golpeadas. Hoy hablaremos de nuestros pies. Y en concreto, entre la enorme cantidad de cosas que se puede decir de ellos, hablaremos de cómo los torturamos y cómo -en definitiva- por nuestra propia ignorancia convertimos el mundo en un infierno.

Antiguamente se referían a los cimientos de las construcciones como los fundamentos de las mismas. Nuestros fundamentos, en nuestro caso, son nuestros pies. Y no les faltaba razón, pues si fallan los cimientos de una casa falla la casa entera. Hoy una importante parte de la población tiene problemas en sus sistemas estructural y motor, que han sido directamente motivados por ignorar y despreciar sus propios pies. Muchas de las personas con las que hablo me lo cuentan por el calzado que llevo. Del mismo modo, no puede suceder que las problemáticas físicas que se describen en este artículo no estén relacionadas con una larga serie de consecuencias en todos los demás sistemas del cuerpo humano.

Si falla lo fundamental, falla todo. Por ello si usted se quita los zapatos, se quita los calcetines, observa sus pies y comprueba que tras años de torturas y maltratos ha conseguido convertir sus magníficos pies en tristes seguidores del campanero parisino, no debe extrañarse si sufre continuos dolores en rodillas, caderas, espalda, hombros; o si ha perdido la flexibilidad y la facilidad de movimiento que sí tienen los niños.

Estructuralmente hablando, nuestros pies son arco-bóvedas atirantadas. Son mitad arco, en la zona del talón o más estrecha del pie, y mitad bóveda, en su zona ancha. Éstos, al igual que las bóvedas que construimos, cuentan con:
· dovelas, o elementos de naturaleza pétrea, que articulados y trabados dirigen las cargas desde la clave (o elemento de carga) hasta los salmeres (o elemento de conexión con los tirantes)
· tirantes, o elementos de naturaleza tendinosa, que se tienden entre los salmeres y sobre el apoyo, impidiendo que las bóvedas plantares se abran.

Los arcos y las bóvedas, o bien se construyen en sucesión y con una serie de contra-restos horizontales en los extremos de tal sucesión, o bien precisan de tirantes que frenen su colapso al ubicar sobre ellos las cargas.

En nuestros pies, como en los arcos atirantados de construcción humana, las cargas tienden a separar los salmeres. La diferencia es que los salmeres biológicos, al estar atirantados entre sí y componerse de tejidos que se fortalecen, hacen que la estructura podal se torne cada vez más fuerte, sólida y estable cuando trabaja.

A continuación se presentan tres imágenes que muestran:
· las partes del arco de medio punto,
· ejemplos de arcos atirantados (los perpendiculares a las fachadas interiores),
· una imagen estructural del pie tomada de visible vody (atlas de anatomía en 3D)

En relación con la pisada, nuestros pies trabajan con el talón cumpliendo el rol de primer apoyo en paso lento, y con el arco plantar y los dedos como segundo apoyo de la pisada o el apoyo rápido cuando corremos. En este sentido se puede apreciar que el talón, que es una bola, no está diseñado para ser un apoyo firme y sí está diseñado para rotar o pivotar. Al contrario el abanico plantar y la zona de distribución de cargas que ocupan los dedos sí están diseñados para ofrecer un apoyo firme al cuerpo. En concreto esta última zona, al abrirse y extenderse, distribuye las cargas en el suelo afianzando la pisada. Ello le confiere a la planta del pie, tres puntos de estabilidad básicos, como tres vértices del cuasi-triángulo rectángulo que es: el talón, el dedo gordo y el dedo meñique. Lo cual implica, entre otras cosas, que la capacidad de equilibrio y de estabilidad que ofrece el pie está directamente relacionada con la distancia entre dichos puntos. Si el pie está ensanchado, el pie es estable; si el pie está apretado y reducido, el pie es inestable, la persona vive en desequilibrio físico, mental, emocional, etc.

En comprobación de lo anteriormente afirmado vemos cómo, bajo la planta, prácticamente no se ubica carga alguna. Pues como se ha dicho, el pie es estructuralmente un arco.

Ciertamente es esta una síntesis muy pobre si se pretende hablar en profundidad de los pies, pues de ellos se podrían escribir enciclopedias enteras y apenas conseguir decir nada, pero lo importante es que quede claro que los pies son todo lo que necesitamos para fundamentar con salud, elasticidad, flexibilidad y felicidad nuestro cuerpo. Igual que sucede con todo lo demás, los pies son perfectos y solo tenemos que respetarlos.

El origen de la tortura que le infligimos a los pies reside en confinarlos; en no aceptarlos; y en no dejarles comportarse como tienen que comportarse. Los pies no están hechos para ser apretados -por zapatos supuestamente bellos- sino al contrario, están hechos para caminar libres y reforzarse con su propio esfuerzo.

El resultado de confinar los pies es que el zapato está trabajando como no tiene que trabajar ,por lo que está sometido a grandes tensiones en sus tejidos y se rompe rápidamente; mientras que el pie tampoco trabaja como tiene que trabajar, por lo que íntegramente falto de sentido se deforma según el molde o zapato, pierde muchas de sus facultades y transmite las taras a la estructura que sobre él se fundamenta.

A ello se suma la deformación en los dedos por falta de espacio, que reduce la superficie de apoyo así como la capacidad sensorial del cuerpo. Pues, para el que no se haya dado cuenta de qué es lo que utiliza para caminar, tengo otra obviedad “revolucionaria” que aportar. Y es que nuestros pies, igual que nuestras manos, sienten y mantienen una comunicación con su contexto. Aislarlos siempre de su contexto es cegar un canal de información, y quizá incurrir en problemas derivados de electricidad estática. Pues si estamos siempre eléctricamente aislados del suelo, al contrario que están todos los animales, no es de extrañar que ello se manifieste en más problemas de salud.

Así es como tornamos nobles estructuras, garantes de la importante misión de canalizar las cargas y distribuirlas en una superficie de suelo resistente, garantes de fundamentarnos sólidamente en nuestro mundo… en miserables gusanos que se agolpan, se pegan y se aprietan por tener que compartir una casa demasiado pequeña para todos. Así es como hacemos que nuestra base en esta tierra, lejos de ser fuerte, bella o duradera, sea flácida, triste, incomprendida y disfuncional.

Si usted, igual que me pasaba a mí mismo, ha pensado cuando se le rompían los zapatos que “necesita un zapato más fuerte”. Ahora que he comprendido este misterio le digo que la clave no reside en la fuerza, sino en la inteligencia. El zapato se rompe porque nos avisa de que estamos torturando el pie. Si nos damos cuenta de ello, podremos respetarle y él, nuestro estupendo pie, responderá a nuestro respeto regalándonos una mejor calidad de vida.

Un claro ejemplo de lo que aquí mantenemos es la frase “es más feo que un pié”. Personalmente lo que extraigo nítidamente de esa frase es que quien la inventó y/o la utiliza es un ignorante, probablemente un auto-torturador y por tanto un tirano inconsciente cuando el objeto ya no es parte de él mismo.

Le pido disculpas si le ofende lo que le cuento, pues le aseguro que no es ese mi cometido, pero si ese es el caso usted quizá sufre su propia ignorancia. Mi cometido es que, entre todos, podamos construir un mundo en el que no sea castigada la sensibilidad, no sea ensalzada la mediocridad/brutalidad y, en definitiva, un mundo en el que merezca la pena vivir.

Por lo demás, y como venimos diciendo, el mundo sigue siendo perfecto a pesar de toda nuestra ignorancia, pues:
· nuestro sufrimiento es la simple consecuencia de nuestra propia ignorancia,
· cuando sepamos hacer las cosas bien, dejaremos de sufrir nuestras barbaridades,
· sufriremos cuanto podamos soportar nuestra propia ignorancia.

Todo está y siempre ha estado, querido lector, en la palma de su mano. Usted decide si quiere vivir en su infierno o en su paraíso. No digo que sea fácil, pues le estoy hablando de un cambio psicológico importante, pero sí digo que es muy posible hacer de éste un sitio sano, feliz y próspero.

Sabremos hacer las cosas bien cuando no queramos violentar el mundo, que es perfecto, y por tanto sepamos aceptar, permitir, y beneficiarnos de que el mundo es, como es. En otras palabras, sabremos vivir cuando sepamos dejar que las cosas se oreen y se trabajen ellas solas.

José Antonio Santos Pérez